El reciente estreno en nuestro país de El discurso del rey lleva a Cinéfilo a rescatar uno de los últimos trabajos del británico Colin Firth, Un hombre soltero. Un desesperado canto a la vida que a punto estuvo de hacer merecedor de un Oscar a la mejor interpretación al británico y que supuso el sorprendente debut en la gran pantalla del diseñador Tom Ford.
Un hombre soltero es la adaptación cinematográfica de la nóvela homónima –titulada originalmente A Single Man- escrita por Christopher Isherwood en la década de los 60, y ambientada en una Norteamérica salpicada por el pánico de la crisis de los misiles con la URSS. En ese lugar y en ese tiempo estalla el drama personal de George Falconer, un profesor universitario de literatura de origen británico encarnado por Colin Firth al que la vida golpea cuando pierde a su compañero sentimental –Jim- en un trágico accidente de tráfico. Huérfano de amor e ilusión, Falconer llena su soledad en compañía de su compatriota y amiga –en otro tiempo incluso amante- Charley, y sin apenas saberlo espanta su desencanto vital de la mano de un carismático estudiante –Kenny Potter- que parece haber caído rendido ante su melancólico y uniformado encanto.
El salto a la gran pantalla de la obra literia de Isherwood se puede calificar de algo más que afortunado. La sobresaliente fotografía de Eduard Grau y el soberbio saber hacer musical de Abel Korzeniowski, hitchcockiano en el arranque del relato y brillantemente emotivo a lo largo del mismo, arropan una adaptación a la gran pantalla mucho más ágil en su inicio que la propia novela, y que asesta al espectador en su desenlace un golpe inesperado. El film destaca –como no podía ser de otro modo- por una cuidada dirección artística que va más allá de la fiel recreación de un tiempo y un espacio, buscando el preciosismo en cada toma y llegando a transportarnos en algunos instantes a la estética publicitaria más exquisita; aquella en la que poco o nada importa el contenido siempre y cuando la belleza sea lo suficientemente resplandeciente.
Partiendo de la tragedia personal de Falconer, la cinta desencadena una amplia gama de reflexiones que van de lo particular a lo general, que se detienen en el miedo imaginario – de gran tradición y hondo calado, especialmente en tiempos de crisis, entre gobiernos y medios de comunicación- y el real –el mismo que aletea en la cabeza del protagonista cada mañana al comprobar que está solo- , que pone el acento en las minorías y que finalmente se detiene en el tópico Carpe Diem al que El club de los poetas muertos supo extraerle todo el jugo, y que a la cinta de Tom Ford también le resulta rentable aunque en una vertiente menos entusiasta que la anterior.
Más allá de la música, los enclaves o el atrezzo, el debut de Tom Ford reposa fundamentalmente en la sobresaliente capacidad interpretativa de sus dos protagonistas, Colin Firth y Julianne Moore. El primero sabe sacarle todo el partido a George Falconer, un correcto gentleman siempre contenido, con aire melancólico, impoluto en su traje oscuro y parapetado tras sus gafas de pasta; un papel hecho a la medida de las habilidades interpretativas de Firth, en el que el actor da una lección magistral sobre emoción y gestualidad, confirmando que el drama no tiene porqué darse la mano con el histrionismo o los mohines de la más amplia gama, y que se puede comunicar desde la sobriedad más absoluta. La segunda, una Julianne Moore profusamente peinada y maquillada para la ocasión, se pliega a las necesidades de una autocompasiva Charley que sufre más por la vida que pudo llevar junto a George, que por el fracaso de su matrimonio e incluso los desaires de su propio hijo. Sólo una actriz como Moore es capaz de aportar las dosis exactas de ironía y rabia que un personaje como este necesita, sin caer en la caricatura.
El broche interpretativo lo pone la joven promesa Nicholas Hoult, -criado dentro de ese vivero televisivo de estrellas llamado Skins- convertido en el efervescente y romántico estudiante universitario Kenny Potter, que sin ser consciente dibuja una trayectoria vital semejante a la de su profesor –en el ambiente late la tragedia de otra mujer, su amiga Lois, a la que no podrá corresponder sentimentalmente- , con el que comparte uno de los mejores diálogos del film, en el que ambos coinciden en la urgencia de vivir el presente porque tal y como afirma Falconer: “no hay gran cosa que sugiera que el futuro va a ser mejor”.
Ford factura en su debut un canto a la vida con corte de drama romántico. Una radiografía de un tiempo y un momento amordazado por el miedo que al mismo tiempo palidecía ante un desmoronamiento de la cultura y los valores – George vive más preocupado por esa juventud acrítica de mirada bovina que por la amenaza soviética-, donde la ciudadanía de primera y de segunda era más que un hecho constatable, en el que las minorías ni tan siquiera se mencionaban, y en el que obviamente ni de lejos se contemplaba que dos hombres pudieran mantener algo que se pudiera calificar –tal y como menciona Charley en el film- de relación.
Un hombre soltero supone una lúcida mirada al miedo y desencanto cotidiano, una película que abre la posibilidad para Ford de una prometedora trayectoria artística más allá de las pasarelas; una carrera que se tornará mucho más interesante en la medida en que el debutante aprenda a liberarse del yugo estético siempre que la historia así lo requiera, y que deje atrás esos pequeños impases -guiños en los que la moda y los clásicos de la gran pantalla se abrazan a regañadientes- en los que la estrella invitada en el film es uno de esos espigados modelos de zancada eficiente y escasa aportación, parapetado bajo un infinito tupé.
Valoración: 7 sobre 10.
Crítica escrita por Alexis.
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1 Comentario en "Un hombre soltero, de Tom Ford"
Una increíble critica, sin lugar a dudas. Solo puedo aplaudir el trabajo de su autor.