Posiblemente su pelÃcula menos conocida para el gran público occidental, pero también  su primer éxito comercial para el gran público en Japón allá por 1989, Nicky la aprendiz de bruja de Hayao Miyazaki es una sencilla y pequeña joya de la animación que trata de la transición de la niñez a la edad adulta.
Cuando Nicky (En su versión original El servicio de mensajerÃa de Kiki, en otra de esas fatales casualidades lingüisticas que convierten el nombre original de la brujita en objeto obsceno nada para menores, aunque personalmente en este caso resulta bastante exagerado el cambio de nombre) se estrenó en Japón, el estudio Ghibli aún se estaba recuperando del duro golpe que supuso el relativo fracaso comercial de sus grandes apuestas para 1988, Mi vecino Totoro y La tumba de las luciérnagas, ambas soberbias obras maestras inigualables en su género pero exageradamente distintas entre sÃ. Nicky, sin embargo, probó ser la propuesta más comercial de Miyazaki hasta la fecha, tratando uno de los temas que a los japoneses más les fascina: la transición entre la niñez y la edad adulta. Y es que no hay que olvidar que, si bien la adolescencia es siempre una edad difÃcil, lo es mucho más en Japón donde las costumbres sociales ejercen una espantosa presión sobre los niños que deben asumir muchas más responsabilidades que en otros paÃses del mundo, arriesgándose a ser marginados socialmente.
Esta es, junto con Porco Rosso, una de las pelÃculas más atÃpicas de Miyazaki, ya que por un lado abandona la obsesión del director por temáticas religiosas (presentes en todas sus pelÃculas hasta la fecha exceptuando los dos tÃtulos mencionados), y por el otro la crÃtica acerca de la naturaleza y el comportamiento del hombre hacia la misma. Sin embargo, encontramos como aire fresco renovador una calidad técnica mucho más elevada que en sus anteriores trabajos, y una preciosa inspiración en la Europa victoriana y en dos de las grandes aficiones del director: el mar y volar. Además, y como suele ser costumbre, la gran heroÃna de la pelÃcula es una mujer, las grandes admiradas por Miyazaki.
Llena de personajes emotivos, nuevamente sin malvados en su punto de mira a favor de tratar la complejidad de las relaciones sentimentales entre las personas como su lado oscuro (sobre todo, lo dañinos que somos para nosotros mismos) y, lo más importante, hilando con un espectacular mimo y corazón la transición entre la pequeña niña que debe abandonar el nido para convertirse en una mujer pasando entre medias infinidad de penurias y dramas interiores, lo cierto es que Nicky, al igual que muchas otras pelÃculas del director, se disfraza de una simpleza sin lÃmites para regalarnos muchos más matices una vez nos paramos a observarlos. Sin ser tan redonda como Mi vecino Totoro pero sin ser tan confusa argumentalmente como Ponyo en el acantilado, Nicky la aprendiz de bruja se sitúa en una cómoda posición intermedia, centrándose además de en su protagonista en un sentimiento de fraternidad en una vida que podrÃa ser mucho más sencilla que la que llevamos actualmente, mensaje ya presente en Mi vecino Totoro.
Acierta de pleno en profundidad y veracidad de los personajes (especialmente, y además de la propia Nicky, alma absoluta del film, en el del gato Gigi y en el de la adolescente bohemia e independiente, gran cómplice de la niña y su posterior inspiradora), en la vistosa y preciosa ciudad donde transcurre la acción (aquà vemos una clara similitud en su obra posterior, El castillo ambulante), y en un guión claro y cristalino como el agua, realmente fresco y que se abre paso directamente a los sentimientos más innatos sobre la ternura humana. Una vez más, el maestro Joe Hisaishi se encarga de transportarnos a este curioso mundo con una partitura realmente espectacular e inspirada.
Nicky es una pelÃcula que se mueve a medio camino entre el mensaje educativo (ayudar a los mayores, aceptar afablemente las responsabilidades, enfrentarse a los temores, ser feliz consigo mismo) y la aventura simplona, pero componiendo una preciosa carta de esperanza y felicidad para las personas que se encuentren perdidas, sobre todo en la difÃcil etapa de la adolescencia. Y, una vez más, sin resultar dramática ni infantil y sin dejar de ser ambas cosas a la vez, una curiosa pero insólita cualidad que solo las pelÃculas de Miyazaki pueden transmitir de forma tan directa. ¿A quién si no se le iba a ocurrir el tratar el mundo de las brujas de un modo tan personal?.
De visionado absolutamente recomendable.
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