No te pierdas nuestra segunda crÃtica de El árbol de la vida, un film que está causando impacto en los espectadores: mientras unos salen airados a la media hora de proyección, otros muchos quedan fascinados por su poesÃa visual.  Alberto González nos ofrece sus impresiones.
Terrence Malick es alguien verdaderamente fascinante. No cuenta con demasiadas pelÃculas en su filmografÃa y no sigue los ritmos habituales de una industria cinematográfica anclada y más preocupada en los tiempos y las fechas de estrenos de las producciones, que en la misma calidad final que puedan atesorar una vez salen de la sala de montaje. Es, a todas luces, un director que sale de la norma. Un cineasta incomprendido, diferente a los demás, y con una forma de narrar historias diferente a los cánones aceptados por sus compañeros de profesión como ley. Sus creaciones, artesanales, son hijas únicas, diferentes y distintas a los mecanismos mercadotécnicos y films de laboratorio que nos rodean por doquier en los tiempos que corren, pero semejantes y homogéneas si se comparan con su director. Todas, desde la clásica Malas tierras, pasando por soberbia La delgada lÃnea roja o la injustamente infravalorada El nuevo mundo, son piezas de arte hechas a imagen y semejanza de su autor.
El cine de Malick, pese a contar con las más variadas representaciones argumentales, pictóricas y estéticas, siempre ha ido rondando y haciendo hincapié en los más trascendentales y recurrentes temas (vida, muerte, fe) desde una perspectiva clásica, casi artesana. Su forma de retratar las historias, los pensamientos de los protagonistas, y el mundo que los rodea y condiciona, siempre ha ido un paso por encima del ritmo y la estela estilÃstica de otros directores que han intentado abordar semejantes campos, demostrando una preocupación especial (casi única dentro de la mediocre argamasa de directores que cimientan la actual industria), por ver, llevar y retratar más allá las simples palabras escritas de un guión a la pantalla. Su cine se escapa de la comprensión habitual inherente en el género cinematográfico, traspasando la barrera de los lugares comunes y cómodos para todos los espectadores, y reclamando una complicidad y un ligero esfuerzo para comprender y entender sus propuestas. Malick, en cierta manera, exige. Asà pues, nos encontramos con una disyuntiva común cada vez que vuelve a la palestra con una pelÃcula bajo el brazo: la de discernir si el cine que articula es más difÃcil o complejo de la cuenta, o es el espectador el que ha ido bajando el listón de atención hasta unos extremos realmente alarmantes.
El árbol de la vida, vaya por delante, es quizás su obra más compleja, extensa y ambiciosa. Terrence Malick aquà ha decido aglutinar los miedos, deseos, esperanzas e inquietudes más profundos del ser humano, enmarcándolos dentro de una maravillosa historia, pieza clave de una danza cósmica tan grande, como compleja. Como pequeña parte de este entramado argumental (tan grande como la misma vida), asistiremos al desarrollo de la vida de Jack (personaje soberbiamente interpretado a dos voces por Hunter McCraken y Sean Penn), un pequeño niño criado en un barrio residencial de los Estados Unidos durante mediados del siglo pasado. A lo largo de su madurez, veremos como Jack se enfrenta al dÃa a dÃa, conociendo el bien y el mal a través de sus acciones, la autoridad y la permisividad impresa en el comportamiento y las directrices de sus padres (un Brad Pitt que avanza hacia una madurez actoral cuasi perfecta y una dulce y cálida Jessica Chastain, a la que es imposible no derrochar en elogios por su rol) asà como los matices inherentes a su propia existencia y condición como ser humano. Malick elabora un retrato existencial y profundo de la vida en sà misma mediante los ojos de Jack, que comprende y visualiza lo complejo que es el mundo que lo rodea, asà como el que él mismo porta en su interior.
Malick asÃ, recrea en su particular placa de petri cinematográfica, un entramado lleno de ramificaciones existenciales, filosóficas y éticas, donde la vida es el único denominador común. El cineasta, tan pronto regresará a los orÃgenes de la repentina y casi fortuita aparición de la vida en nuestro planeta, como se recreará en la fragilidad de la misma con el suave aleteo de una mariposa en un jardÃn, el goteo incesante de un grifo, la fragilidad y el silencio de un bosque prehistórico. Las imágenes más naturalistas, en manos de Terrence Malick, cobran vida, siendo algo más que meros fotogramas encorsetados y utilizados como escenario y pretexto documentalista para una historia tan difÃcil de adaptar y narrar como la presente. Mediante ellas, y apoyadas en una emotiva y virtualmente perfecta banda sonora (a cargo de Alexandre Desplat), el cineasta relatará un maravillo y sincero canto a la inmensidad de la vida, tan difÃcil de abarcar, como de describir. Estos momentos, marcarán el ritmo y dividirán la pelÃcula en varios actos, sirviendo de elemento distintivo para trasladarnos el vÃnculo existente entre lo cósmico y extraordinario y lo más Ãntimo y común. Entre la vida, y la muerte. Una yuxtaposición visual rica y melódica propia del ambicioso cine de Malick.
El árbol de la vida es un poema bello, trascendental y casi metafÃsico (Malick no oculta las influencias y credenciales panteÃstas conforme llega a su aparente desenlace). SerÃa un tremendo error clasificarla como una pelÃcula convencional (El árbol de la vida no sigue un orden argumental propiamente dicho) o como un simple desvarÃo creativo y onanista en relación a su director. Malick no es un director común, y como tal, tampoco lo son sus obras. Terrence Malick podrÃa haber parido una cinta simple, y haber acabado contando una historia más terrenal, llana y carente de ambición. Una historia corriente para espectadores y tiempos corrientes. En su lugar, ha preferido ir más allá, y ofrecernos toda una experiencia rica, completa, compleja y llena de matices. Una experiencia tan difÃcil de describir y entender en su totalidad (es habitual ver como su cine es defenestrado por espectadores que se ven sobrepasados ante la complejidad mostrada en sus pelÃculas, y El árbol de la vida no será una excepción), como lo puede ser, estableciendo un paralelismo, la obra total de un artista de contrastada reputación. El árbol de la vida es una obra tan grande, fascinante y colosal, como lo puede llegar a ser la vida en sà misma. Y eso, posiblemente, es el mejor reconocimiento que se le puede otorgar a su hacedor.
CrÃtica escrita por Alberto González
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