La jornada de hoy, en el Festival de Málaga, se nos antojaba como uno de esos días fuertes en el panorama cinematográfico de la sección oficial de largometrajes a concurso. Y así lo ha sido. La mañana arrancó con Diamantes negros, de Miguel Alcantud, una dura historia que mezcla fútbol, destino y promesas bajo una aparente crítica.
Miguel Alcantud -nacido en Cartagena, España y director de numerosos episodios de series en televisión-, es el responsable de Diamantes negros, un duro drama que versa sobre una de las interioridades más desconocidas y oscuras del mundo del fútbol: la concerniente a la de los ojeadores y sus falsas promesas. Diamantes negros nos narra una de esas trágicas historias, que bien podrían haber sucedido -o suceder- en cualquier pueblo, de cualquier país o región del interior de África.
La cinta de Miguel Alcantud se ambienta en Malí, donde Amadou y Moussa, dos jóvenes de quinces años, ven el fútbol como única válvula de escape a la dura y deprimente realidad que les rodea. Un buen día, y tras su dura jornada laboral, deciden jugar un importante partido de fútbol local. La suerte parece sonreír de su lado, y el destino hará que un ojeador de un club indeterminado europeo, se fije en ellos. La promesa de un trabajo y una carrera profesional en el mundo del fútbol -en ese paraíso idealizado que es Europa para los chicos- les hará dejarlo todo -a ellos, y a sus familias, que se verán obligadas a hacer un fuerte desembolso- y arriesgarse a vivir su propia aventura en un mundo que desconocen.
Diamantes negros expone rápidamente a sus principales atractivos y reclamos -que no es otro que la presencia del tándem más reivindicativo del cine español, ese duo cómico no pretendido formado por Carlos Bardem y Willy Toledo-, con lo que no tarda en atisbarse lo que debería ser la dura crítica que todo aficionado al fútbol -con más o menos conocimiento de causa- espera ver. Pero al igual que la eterna promesa a delantero que nunca consigue hacer gol, Diamantes negros no logra ser efectiva de cara al espectador, y siempre que parece quedarse sola enfrente de la portería, fracasa. Intenta aleccionar, e impartir dosis de moralina, y eso, no termina de cuajar.
Miguel Alcantud consigue establecer y presentar el onírico escenario futbolístico como telón de fondo -Lisboa, Malí, Madrid o Polonia- y hacerse con las riendas de las historias de los dos avatares protagonistas -sin duda, lo mejor de todo el film-, pero jamás encuentra el tono adecuado para presentar de manera formal su particular alegato. Sí, se habla del mundo del fútbol y sus vanas promesas, ¿pero dónde están los clubs? ¿Dónde están los organismos que permiten y alientan a este sistema? En el discurso interno, y en la posterior conclusión final de esta película, sin duda falta algo. Diamantes negros es, paradójicamente, una piedra preciosa en potencia a la que le faltan miles de aristas por pulir o perfilar.
Crítica escrita por Alberto González
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