Comenzamos nuestra andadura en el Festival de Málaga, que en su decimosexta edición, vuelve a ofrecernos una completa ración de cine con sabor español, y que  arranca, de una forma bastante tibia y frÃa, con el estreno de la nueva pelÃcula de Isabel Coixet, Ayer no termina nunca.
Una de las cosas más importantes en la carrera de un director, y de las que puede alardear a posteriori, es la personalidad inherente a la autorÃa de sus obras. Es aquello que permanece en la retina del espectador con el paso del tiempo, aquello que consigue que se distinga cualquier pelÃcula que hagas, de las del resto. Nadie duda -y si lo hace, tiene un serio problema de Ãndole cinematográfico- que Isabel Coixet destila personalidad y autorÃa propia en todos y cada uno de sus films. Su firma, su impronta, es única en nuestro paÃs y destaca, sobremanera, sobre todos esos directores que intentan sin éxito encontrar su propia e intransferible rúbrica.
A lo largo de los años, la directora de Mi vida sin mi ha conseguido un cierto estatus como cineasta. Un cierto grado de experiencia que le ha servido para codearse con actores de la talla de Tim Robbins y Sarah Polley -en la decente, aunque olvidable a la postre La vida secreta de las palabras-, y que le ha permitido contar y relatar sus traumáticas y desgarradoras historias dramáticas con más libertad que la gran mayorÃa.
Su última pelÃcula, Ayer no termina nunca, se arma y atavÃa con los mismos elementos y leitmotivs narrativos de sus anteriores films, pero a la vez ahonda en una realidad más tangible, realista y plausible de la que nos tiene acostumbrados. Ambientada en un cercano futuro, trufada de ciertos tics que evidencian y hablan de un negro panorama para una España que parece no salir de la crisis económica y protagonizada por unos excelentes, aunque algo robóticos, Javier Cámara y Candela Peña -únicos sustentos interpretativos de la pelÃcula-, Ayer no termina nunca nos habla del drama interno, constante y opresor que todos podemos sufrir a lo largo de nuestra vida, y de la difÃcil superación y asimilación del mismo. Y en cierta manera, del amor. ¿Hasta donde llevarÃamos lo que nos atormenta? ¿SerÃamos capaces de convivir dÃa a dÃa, año tras año, con la pérdida como motor de nuestra vida? ¿ConvertirÃamos a esa pérdida en parte de nuestro ser? ¿Se puede edificar un amor entre las cenizas de una ardiente y todavÃa no olvidada tragedia? Ayer no termina nunca intenta tocar y presionar ciertas teclas usuales y fáciles de reconocer en los tiempos convulsos que nos ha tocado vivir, pero no termina de hacerlo correctamente.
Todos los temas e interrogantes citados y contados, se mezclan y presentan sin ton ni son, sin lógica narrativa o argumental aparente, alrededor de una pelÃcula que acaba convirtiéndose en una más que evidente y plausible autoparodia cinematográfica con respecto a la propia filmografÃa de su autora -Coixet, en la sala de prensa tras la proyección, se ha reconocido bien parodiada por los divertidos chicos de Muchachada Nui, en uno de esos sketch que hay ver para comprender al personaje imitado-. Y es que esta Ayer no termina nunca, intenta ser un drama de lo cercano, de lo real y lo humano, con arrebatos dialécticos forzados y artificiales entre ambos personajes protagonistas, y con insoportables momentos sensibleros que acaban por hastiar a un espectador que observa como todo lo que parecÃa prometer la pelÃcula, se desmorona en sus narices antes de entrar en el planteamiento formal de la misma.
Tibia, frÃa y sintética, Ayer no termina nunca es un ejercicio cinematográfico de difÃcil digestión, que consigue presentar una atmósfera excepcional -la fotografÃa es francamente destacable- y unas actuaciones más que decentes, pero que acaba nadando y ahondando en la más mundana lección del peor de los folletines de autoayuda. Isabel Coixet nos pretende emocionar y sacudir con lo visible, lo tangible y lo real, y desgraciadamente, no lo consigue.
CrÃtica escrita por Alberto González
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